Wednesday, October 25, 2006

¿Por qué escribo?


Primero: Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre.

Augusto Monterroso
Decálogo del escritor

Cómo o cuándo partí escribiendo, la verdad que no lo se. La verdad es que si reviso, tengo crónicas escritas desde hace muchos años, incluso sobre hechos que ya no tengo tan claro que hayan sido tal como los escribí.

Me acuerdo de los concursos literarios que organizaba el Tata en los veranos de Reñaca. Todos ganábamos premios y eran básicamente una muy buena manera de alejarnos de la televisión una vez que volvíamos de la playa. Los temas eran de lo mas variados: desde trascripción de sueños, comentarios de paseos, hasta nuevos episodios de Indiana Jones en busca de calaveras en el desierto. Podíamos presentar tantos cuentos como quisiéramos y cada uno guardaba celosamente su obra maestra... lo que se prestaba para intrigas y planes de espionajes que ya se los querría James Bond. Años mas tarde, el Tata nos mostró como los cuentos de un año los mandó a hacer libro, con transcripción e imágenes de los cuentos manuscritos. Quien sabe donde estarán guardados ahora.

Mas tarde me dio por la literatura epistolar, cosa que había dejado de hacer por un tiempo y que ahora estoy retomando. Escribo cartas, para otros o simplemente para mi misma, que la mayoría de las veces no mando. Estas cartas están guardadas bajo siete llaves y el día que me muera, ya hay personas comprometidas a buscarlas y quemarlas sin leerlas.

Y es que el papel aguanta todo: las pesadeces mas grandes, las historias mas melosas y los cuentos mas aburridos. El papel no se queja porque hace meses (e incluso años) que no le cuentas nada, tampoco se dedica a contarle a todo el mundo el último chisme. Escribir esclarece la mente y aparecen de la nada soluciones a algunos problemas. Es una excelente terapia (al igual que las compras) que debería estar cubierta por las isapres.

Por eso escribo. No porque quiera que me lean, sino simplemente por el placer de comunicar

Wednesday, October 18, 2006

La entrega

Pie forzado nº4: Leer el cuento "En el viaje de novios" del libro Cuando fui mortal de Javier Marías (Edit. Alfaguara, 1996) y narrar el cuento según los ojos de la mujer que está abajo del balcón.

La entrega

Llegué a la esquina acordada a la hora que se me dijo. Seis de la tarde en punto. Sabía que era un error, pero se me había prometido buena paga si hacía lo que se me había dicho. ¡Y solo Dios sabe la falta que me hacía ese dinero! Iba vestida como me lo habían ordenado. ¿A quien se le ocurre que puede ser buena idea esta ropa tan apretada y estos zapatos que me empiezan a molestar? Hombres. Hace calor y este bolso pesa mas que un muerto… ¿Y si eso fuera lo que hay adentro?. Casi se me cae el bolso de la impresión. No, no puede ser – me digo- el bolso es grande, pero nunca tanto.
Seis de la tarde, diecinueve minutos. Cambio el bolso de hombro. ¿Dónde está mi contacto? Estos zapatos me aprietan. Trato de calmar el dolor, masajeado un tobillo con el otro. No resulta. Es mas, en el intento, casi me caigo. Hay mucha gente (demasiada) que camina a tropezones. Trato de esquivarlos. No siempre resulta. ¿Dónde está mi contacto?
Seis de la tarde, treinta y un minutos. Se me empiezan a acalambrar los dedos, así que decido caminar un poco. Agarro el famoso bolso con fuerza. Lo único que me falta es que me lo roben… o se me caiga. ¿Habrá algo frágil adentro?
Tengo ganas de mirar que hay dentro del bolso, pero es muy grande y pesado. Además hay mucha gente a mi alrededor y alguien podría estar espiando.
Seis de la tarde, cuarenta y siete minutos. Hace calor, los tacos me aprietan al igual que la falda que insiste en meterse donde no debe. Al parecer mi contacto no conoce la puntualidad ni por diccionario. ¿Dónde está?
Seis de la tarde, cincuenta minutos. Esto ya no me gusta nada. ¿Y si se trata de una emboscada? Mejor dejo el bolso en la esquina y me voy. Mala idea, con lo paranoicos que están todos con los atentados, capaz que alguien se ponga a gritar y la policía venga a investigar.
Siete de la tarde, tres minutos. ¿Cuánto rato llevo acá? Me quiero ir a mi casa… o a cualquier lugar menos este. Estoy cansada y no dejo de pensar que fue un error aceptar. Busco entre la gente mi contacto, pero nadie en la multitud parece reconocerme. Se está haciendo de noche y la gente empieza a disminuir.
De repente, mientras miro el cielo como si ahí estuviera la solución a todos mis problemas, lo veo. Está asomado en el balcón del hotel de enfrente. Tiene que ser él. La descripción que me dieron del contacto eran bastante vagas: hombre, treinta y tantos, moreno, camisa blanca, jeans. El concuerda con la descripción. ¿Será? ¿Cuánto rato llevará ahí?
Me mira, me contempla y no da señal de reconocerme. ¿Qué hace ahí? Nos teníamos que encontrar en la esquina. Lo vuelvo a mirar para estar segura de que es él. El bolso pesa demasiado. Seguro que es él, debe serlo, tiene que serlo. Sino ¿Quién mas?.
Empiezo a cruzar la calle para verlo mejor. El me sigue mirando. ¿Por qué no me hace señas? A lo mejor no me ve bien. Le hago señas con la mano para que me vea y baje. Nada. Le grito, pero está muy lejos para escucharme. Él pone cara de sorpresa, pero no hace nada más. ¿Qué espera para bajar? ¿Una tarjeta de invitación? El plan era simple: encontrarnos en la esquina, yo le entregaba el bolso misterioso y él me entregaba mi comisión por el traslado. ¿Por qué no había seguido el plan original?
Me acerco cada vez más. “¿Qué haces ahí?” le grito mientras camino por la explanada de adoquines hasta el balcón. Uno de los zapatos se queda enganchado en los adoquines y me caigo. No fue una caída digna, fue aparatosa, sobre todo por mis intentos de proteger el bolso. Él me mira divertido, lo que me enfurece aún más. Claramente está disfrutando el espectáculo que estoy dando.
-¿Por qué no me avisaste del cambio de lugar? ¿No ves que llevo más de una hora esperándote?- Él sigue mirándome como si no le hablara a él. -¿No me has visto? ¿Por qué no me has dicho nada? Espérame ahí que ahora subo-. Él entra al dormitorio.
Entro al hotel y me acerco al ascensor. Al fin esta tortura va a terminar. Ultima vez que hago esto.

La decisión

Pie forzado nº3:
Integrar en un cuento una fruta, una ambulancia, una llamada telefónica y la siguiente frase: "voy a sentirme muy raro(a) y muy solo(a) sin él". Se puede eliminar uno de los 3 primeros.

Este cuento lo escribí en 10 minutos. Y eso no quiere decir que yo sea genial, sino solamente que lo escribí a la rápida. Este tengo que reescribirlo completamente...

La decisión

Hemos estado juntas toda la vida. Me ha acompañado en las buenas, en las malas y en las más o menos. Estuvo ahí en los momentos importantes de mi vida: mi primer día de clases, mi primera fiesta, incluso cuando me dieron mi primer beso. Claro que también estuvo en los momentos malos, recordándome todos mis miedos e inseguridades.
¿Será correcto separarnos ahora, sólo porque la culpo de todos mis problemas? Esta es una decisión unilateral. No le he preguntado su opinión y tampoco me la va a dar. Todos estos años, ella me ha acompañado en silencio.
Todavía estoy a tiempo de echar atrás todo esto. Años estuve esperando la llamada que finalmente llegó la semana pasada. La verdad, es que la estuve esperando tanto, que no supe como reaccionar. Debería estar feliz, es lo que siempre quise, pero algo me dice que tal vez debería aceptarla y quererla tal como es.
Escucho a lo lejos una ambulancia que me saca de mis pensamientos. Me miro al espejo, me toco la nariz y suspiro. “Lo siento, tengo que hacerlo”. Se que me voy a sentir muy rara y muy sola cuando ella ya no esté.

La Respuesta

Pie forzado nº2: Escribir sobre la tristeza

La respuesta

En la mesa de la cafetería, ella revolvía sin mirar un café frío a medio tomar. Con la mirada perdida, parecía no darse cuenta del tumulto que la rodeaba. Todo el fin de semana había sido un error, una gran pérdida de tiempo y ninguna respuesta. ¿Qué esperaba? Ella no lo sabía, aunque en el fondo de su corazón quería creer en el cuento de hadas, que él la hubiera visto en la multitud, se arrepintiera de todo y borrara con un beso los últimos tres años de su vida. Se agarró la cabeza, “ya es muy tarde” suspiró y se quedó ahí inmóvil.

La noche anterior, cuando se bajó del auto, estaba nerviosa. No quería que alguien la fuera a reconocer... habría sido tan patético. “Es una locura” le habían dicho sus amigas, pero ella sabía que sólo así encontraría la tranquilidad y las respuestas que estaba buscando. Se escondió detrás de una gran columna y vio como la multitud entraba a la iglesia.

Todo había sido complicado desde el principio: distintos mundos, distintas formas de ver la vida – ella idealista, él práctico- pero cuando se encontraron parecía que se habían estado esperando toda la vida. “Hagamos una promesa, tu no me dejas nunca y yo voy a estar contigo para siempre”. Ella le creyó.

Pasaban los minutos y ella lo veía parado en la puerta con la cara de siempre, parecía un príncipe. De pronto un auto llegó y se bajó una sinfonía de tules y velos blancos con una sonrisa que le mordía las orejas. Cuando vio la mirada entre su príncipe y “la otra” lo entendió por fin. Este no era su cuento de hadas, la otra era la princesa y ella ni siquiera calificaba para personaje secundario de la historia. Oculta en la columna, vio como la historia de ellos tenía un final feliz.

Caminó sin rumbo toda la noche. Estaba tan cansada física y emocionalmente, que cuando vio el café no lo pensó y entró. Quería olvidar y empezar de cero, pero parecía imposible. Llorar ya no era una opción porque tenía hipotecadas las lágrimas de por vida. No lo entendía, la bruja le había dicho una semana antes, que en el viaje encontraría lo que buscaba, pero en vez de tener las cosas mas claras, tenía una nube de confusión estacionada en la cabeza. Olvidar todo y empezar de cero... pero ¿cómo?.

Los testigos dicen que ella venía ensimismada y no vio el auto cuando salió del café. Cuándo despertó, varios días después, lo único que dijo con voz temblorosa fue “¿A dónde estoy? ¿quién soy?”. La bruja tenía razón, la solución a su problema había llegado.

Acá debe ir un título

Pie forzado nº1: Escribir sobre el oficio de la escritura

Acá debe ir un título

Tienen que escribir sobre el oficio de la escritura. Que bien, pensé. Mil ideas se me ocurrieron entre que nos dieron los ejemplos y llegué a mi casa. Mmmm ¿el síndrome de la página en blanco? En mi caso, las 5 primeras líneas salen a gotitas, después el resto sale tipo grifo de bomberos (lo que no necesariamente quiere decir que el resultado sea bueno). ¿Escribir sobre cuando uno quiere escribir pero el medio te lo impide? Tampoco era el caso. Cuando quiero escribir, escribo. Cuando no, solita me busco las excusas para no hacerlo.

A lo mejor ahí está la clave de lo que me pasó… Los días pasaban y pasaban y de a poco las ideas geniales me fueron pareciendo tontas y un poco sosas. Incluso llegué a soñar despierta, que los personajes de mis historias se rebelaban: “¿Y tu crees que alguien te va a creer que por eso los gatos terminaron en el sartén? Andá!” ¡Orden! Si este personaje existe sólo porque yo escribo sobre él ¿no debería acatar sin chistar lo que yo digo en vez de cuestionar todas mis ideas? Parece que en este caso no.

Leí muchísimos cuentos esta semana y cualquier cosa que yo creyera que me podía servir de inspiración. Incluso encontré por ahí “Bartleby y Compañía” y lo empecé a leer sólo para reconocerme en varios de los autores. Claro que con dos grandes diferencias: 1) No he escrito nada que valga la pena y 2) si dejo de escribir, dudo que alguien se de cuenta. Por otra parte, no pude dejar de pensar que varios de mis geniales puntos de vista ya han sido escritos por otros, lo que convertirían mis pobres intentos en simples plagios.

Revisé cosas escritas antes, casi todas en primera persona. “El papel lo aguanta todo” es una frase de lo mas recurrente. Se acerca la hora de tener algo listo y nada se me ocurre. ¿Qué es lo que hace que a veces las palabras salgan solas y otras no quieran salir? Porque si de ambiente bucólico se trata, el fin de semana estuve en un lugar que perfectamente podría considerarse una especie de paraíso. Y si el tema son las emociones, esta semana he pasado por varias. Y sigo escribiendo y siguen saliendo frases y más frases que no tienen demasiada lógica.

¿Y si quisiera terminar ahora? Ya casi vamos por la plana… Mierda! Mi eterno problema: los finales. Como si no fuera poco con no poder exponer con gracia y claridad mis ideas al igual que no se cual escritor (nunca he sido buena con los nombres), llego al problema de toda la vida, hacer un buen cierre. Por eso prefiero las cartas, con un simple “saludos” o “nos vemos” está más que claro se termina ahí. Si solamente dejo de escribir… ¿se podría considerar eso el final de este intento de cuento?

Taller de Cuentos

Ya hablaba yo, en el otro blog, de lo que había sido para mi entrar al taller de cuentos. Después de los dos primeros cuentos, me vino una especie de letargo mental que me duró hasta ayer en la noche, cuando de verdad no me quedaba de otra que escribir algo para presentar hoy.

El nivel de la gente que va al taller es increible. Cuando leen sus cuentos me siento una simple aprendiz en medio de genios. Tengo mucho que aprender de ellos!

Acá van a estar todos los cuentos que he ido haciendo para el taller y, quien sabe, los que vayan saliendo después. Están en su versión 1.0, esto es, tal como los presenté y sin las correcciones y comentarios que me hicieron en clases. Todos son una especie de diamante en bruto a la espera de que su dueña tenga tiempo y paciencia de arreglarlos.

El taller funciona de la siguiente manera: la Ale nos da un pie forzado (un tema) y todos tenemos que escribir sobre eso. El tema es que como verán, los pies van desde cosas muy específicas a otros sumamente generales, lo que hace trabajar las pocas neuronas que me van quedando.

El primer forzado que me dieron, fue escribir en base a una noticia. Reconozco que esa historia todavía no está lista, así que se las debo...